lunes, 30 de septiembre de 2013

LECCIÓN CÁTARA


El amor no está sujeto más que al capricho de la infancia cuando corta una flor para el altar a su madre terrena o celeste; es como la luz del sol o de las estrellas, como el aire mismo y como el agua: libre de toda noción que atente contra la libertad de ser y de vivir. El amor es dulce como la miel en tus labios, cuando me los ofreces con una sonrisa en los ojos. El amor es tibio como tu seno cuando lo arrimas a mi pecho desnudo; cuando hace frío y sin conocernos nos abrazamos en la calle, con ese abrazo amable por filial, libre de todo contacto desagradable.

El amor, Amor, es una danza delante de tus ojos, algo muy similar a cuando la mariposa sale del capullo e inicia el ritual del plegar las alas y luego vuela rauda en busca de su primer trago de néctar. Amor, el amor es en la incertidumbre una gota de fuego líquido que desde el alma cae como en cámara lenta y es un estallido de colores tras la risa-brisa cuando la tormenta pasa y se borra del recuerdo la duda y a la tribu regresa el pájaro azul de Darío.

Amor, tú que sabes más de ti que yo de mí, concédeme la dicha de que mi corazón se convierta en una granada madura, en una maracuyá del Chagres, en una tuna morada y madura o, en ausencia de las posibilidades antes dichas, en un caimito cómplice, un domingo por la tarde, a la orilla del río. Por favor, te lo ruego, convierte mi corazón en una fruta que se lleve mi amada a los labios el día y a la hora que tú decidas.

El que una vez amó, se curó para siempre contra el odio; es inmune a toda incitación a la ira, al rencor y la maledicencia, porque cuando el amor nos picotea el pecho y su pezón, nos deja llagas venturosas, con las que sellamos un pacto nupcial con la vida y sus asuntos.

En el jardín de Amor, Amor, no hay fruta prohibida ni podrida, sólo verdes y maduras. Del que ama dicen que nada tiene y todo es suyo; nada lo empuja, nada lo detiene, sólo fluye.