EN EL PAÍS
DE LOS RECUERDOS
Hubo, no
hace mucho, un país que fue invadido por el olvido, en el que vivía un muchacho
muy perezoso. Únicamente lo despertaba de su letargo, casi permanente, la
silueta de la guitarra colgada de un clavo, cuando ésta le guiñaba sus clavijas
relucientes.
Un día,
después de componer una canción muy bonita, que cantó sentado en el vano de su
ventana, se le acercó uno de los caballos de su padre y le dijo amorosamente:
-Son muy hermosas
tus canciones. Si te comprometes a cantarlas de pueblo en pueblo y por los
caminos, yo te llevo. Piénsalo.- Añadió dando media vuelta y yéndose a pastar
con los suyos.
Pasaron dos
meses, durante los cuales el joven rumiaba aquellas palabras al son de su
guitarra, el corazón en llamas.
Nadie
objetó su partida. Su padre quiso obsequiarle el mejor de sus caballos y él
sólo aceptó la mejor entre las sillas, sin ornamentos ostentosos y se fue a su
encuentro con el mundo.
Curiosamente
envejecieron juntos, cada cual a su tiempo. Muchas veces volvieron a la
querencia hasta cuando, tras el paso del tiempo las luces de la casa se fueron
apagando. Fue cuando el caballo, dándole las gracias, le dijo nuevamente:
-Muchos han
sido nuestros días de aventura; los pastos y el sabor de las aguas que, gracias a tu
canto, he conocido y bebido, mientras íbamos tú, como un sol sobre mis lomos y,
yo, como un chiquillo que se bebe con los ojos el paisaje siempre nuevo. Ya
pronto seremos ancianos y tus heredades te reclaman. Concédeme la dicha, para
no perder la línea, de seguir andando en torno al trapiche de tu casa.
Y el
hombre, que ya no era tan joven, raudo, se convirtió en caña.
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