EL PRÍNCIPE CONSORTE
En su febril madurez desnuda y veinteañera, la mujer entra. Ante la sola visión del satén azul sobre la cama enorme, donde las almohadas semejan nubes inexactas, olvida cerrar la puerta y acepta la invitación a lanzarse al vacío, abiertos los brazos, como si nadara -pez inexacto- recordando a su marido, que ha marchado ayer a Tierra Santa, a la Cruzada. Recordando, nada o vuela dando vueltas, revolcándose suavemente, electrocutándose al contacto de la tela cuando
-¡Mein Got!
-¡Meine junge Dame!, "disculpe"...
retrocede asustado el mozo. La mujer le ruega, le suplica... no mucho.
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