os advierto
seréis también
de abajo
sobre vosotros crecerán margaritas
plantadas
por manos jardineras
Alexander Zanches, poeta panameño, nació en 1968, en la Ciudad de David (originalmente Pueblo de David el de la Nueva Lisboa). Además de poeta, es artesano y, por afición, hace cuentos, fotografía, pinta al acrílico y, a ratos, lleva vida de campesino y de andariego.
lunes, 29 de octubre de 2007
jueves, 11 de octubre de 2007
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jueves, 4 de octubre de 2007
APOLOGÍA DEL BUEN DRAGÓN MAL LLAMADO ANIMAL
El dragón no es tan terrible como suponemos cuando nos dejamos arrastrar por los intereses de los mecenas de los escritores de los cuentos de hadas.
Se ha sido profundamente injusto con este símbolo ya canonizado por el imaginario popular. Se le han atribuido delitos y pecados que únicamente pudo haber maquinado la “realidad”. Veamos por qué digo que no los hechos concretos: Primero, porque el hecho que convierte al dragón en delincuente no es el rapto de una simple moza de aldea, sino la doncella “símbolo y lis” del tesoro real; segundo, porque sólo cuando el dragón “hurta” (¿mediante qué ardides?) la flor de la corona, cobra importancia en el curso de la historia y, tercero, porque al cometer el dragón la osadía de sustraer a la princesa de las arcas del rey, es el dragón el responsable aún cuando la princesa haya contribuido a su propia fuga y a la ofensa del soberano.
Nunca, en ningún cuento, he leído que la “secuestrada” huyera por cuenta propia de las influencias del captor. Sólo cuando tras muchos e infructuosos intentos, algún plebeyo o príncipe extranjero logra “vencer” (¿o asesinar?) al amante de la princesa, es ésta restituida (por la fuerza de las armas) a las arcas del reino, para convertirse en moneda con la cual pagará el rey el precio de su honor mancillado. Si el héroe es algún príncipe, el rey gana influencias sobre los estados del redentor pero, si no pasa de ser un iletrado plebeyo, no faltarán pruebas adicionales, hasta que el rey logre convencerse de aquellos méritos que lo hagan merecedor del ascenso a las esferas de la nobleza.
¿Qué nos dice la sumisión de la princesa ante los designios de un rey y padre que ha sido capaz de ordenar la muerte de su amante?: Que se dejará secuestrar cuantas veces crea oportuno, a fin de conquistar la libertad, o terminará imponiendo al héroe de su infortunio la diadema “venadil” como premio por el inoportuno y fatal desenlace amoroso, porque tampoco he leído que la susodicha se quejara jamás de los tratos que le suministrara el dragón.
Al final de la historia, no es la princesa quien paga el “rescate”, si no el rey que, ante la imposibilidad de casarla en buena lid, termina por ofrecerla como premio a quien la restituya a su soberanía por el medio que fuere necesario. Lo que me lleva a pensar que la bestia no es el dragón sino el rey, por cuanto finiquita de manera tan dolorosa una relación de amor. Es el decreto “real” el que se impone, no el deseo de los amantes que, incluso, han abandonado la dulce comodidad de las sedas y satines, para refugiarse en las austeridades de la caverna arquetípica.
Se ha sido profundamente injusto con este símbolo ya canonizado por el imaginario popular. Se le han atribuido delitos y pecados que únicamente pudo haber maquinado la “realidad”. Veamos por qué digo que no los hechos concretos: Primero, porque el hecho que convierte al dragón en delincuente no es el rapto de una simple moza de aldea, sino la doncella “símbolo y lis” del tesoro real; segundo, porque sólo cuando el dragón “hurta” (¿mediante qué ardides?) la flor de la corona, cobra importancia en el curso de la historia y, tercero, porque al cometer el dragón la osadía de sustraer a la princesa de las arcas del rey, es el dragón el responsable aún cuando la princesa haya contribuido a su propia fuga y a la ofensa del soberano.
Nunca, en ningún cuento, he leído que la “secuestrada” huyera por cuenta propia de las influencias del captor. Sólo cuando tras muchos e infructuosos intentos, algún plebeyo o príncipe extranjero logra “vencer” (¿o asesinar?) al amante de la princesa, es ésta restituida (por la fuerza de las armas) a las arcas del reino, para convertirse en moneda con la cual pagará el rey el precio de su honor mancillado. Si el héroe es algún príncipe, el rey gana influencias sobre los estados del redentor pero, si no pasa de ser un iletrado plebeyo, no faltarán pruebas adicionales, hasta que el rey logre convencerse de aquellos méritos que lo hagan merecedor del ascenso a las esferas de la nobleza.
¿Qué nos dice la sumisión de la princesa ante los designios de un rey y padre que ha sido capaz de ordenar la muerte de su amante?: Que se dejará secuestrar cuantas veces crea oportuno, a fin de conquistar la libertad, o terminará imponiendo al héroe de su infortunio la diadema “venadil” como premio por el inoportuno y fatal desenlace amoroso, porque tampoco he leído que la susodicha se quejara jamás de los tratos que le suministrara el dragón.
Al final de la historia, no es la princesa quien paga el “rescate”, si no el rey que, ante la imposibilidad de casarla en buena lid, termina por ofrecerla como premio a quien la restituya a su soberanía por el medio que fuere necesario. Lo que me lleva a pensar que la bestia no es el dragón sino el rey, por cuanto finiquita de manera tan dolorosa una relación de amor. Es el decreto “real” el que se impone, no el deseo de los amantes que, incluso, han abandonado la dulce comodidad de las sedas y satines, para refugiarse en las austeridades de la caverna arquetípica.
martes, 2 de octubre de 2007
Homenaje a Federico García Lorca
¿Alguna vez
se han puesto a pensar
en el sufrimiento
el abismo
el silencio
el vacío de la madre
que reza cuando su marido
o su hijo se va de fiesta
porque conoce el carácter que formó
y sabe que pueden matárselo
sus amigos
la policía
un extraño
un auto?
¿algunas veces?
Por su tragedia “BODAS DE SANGRE”
se han puesto a pensar
en el sufrimiento
el abismo
el silencio
el vacío de la madre
que reza cuando su marido
o su hijo se va de fiesta
porque conoce el carácter que formó
y sabe que pueden matárselo
sus amigos
la policía
un extraño
un auto?
¿algunas veces?
Por su tragedia “BODAS DE SANGRE”
lunes, 1 de octubre de 2007
Calitín Flores
Hernán Flores, hermano menor de Calitín, entró a las aguas crecidas del río, detrás del barquito de papel que iba alegre corriente abajo. Una hora después, al ver que no regresa, se echa Calitín al río, a buscarlo.
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