jueves, 4 de octubre de 2007

APOLOGÍA DEL BUEN DRAGÓN MAL LLAMADO ANIMAL

El dragón no es tan terrible como suponemos cuando nos dejamos arrastrar por los intereses de los mecenas de los escritores de los cuentos de hadas.

Se ha sido profundamente injusto con este símbolo ya canonizado por el imaginario popular. Se le han atribuido delitos y pecados que únicamente pudo haber maquinado la “realidad”. Veamos por qué digo que no los hechos concretos: Primero, porque el hecho que convierte al dragón en delincuente no es el rapto de una simple moza de aldea, sino la doncella “símbolo y lis” del tesoro real; segundo, porque sólo cuando el dragón “hurta” (¿mediante qué ardides?) la flor de la corona, cobra importancia en el curso de la historia y, tercero, porque al cometer el dragón la osadía de sustraer a la princesa de las arcas del rey, es el dragón el responsable aún cuando la princesa haya contribuido a su propia fuga y a la ofensa del soberano.

Nunca, en ningún cuento, he leído que la “secuestrada” huyera por cuenta propia de las influencias del captor. Sólo cuando tras muchos e infructuosos intentos, algún plebeyo o príncipe extranjero logra “vencer” (¿o asesinar?) al amante de la princesa, es ésta restituida (por la fuerza de las armas) a las arcas del reino, para convertirse en moneda con la cual pagará el rey el precio de su honor mancillado. Si el héroe es algún príncipe, el rey gana influencias sobre los estados del redentor pero, si no pasa de ser un iletrado plebeyo, no faltarán pruebas adicionales, hasta que el rey logre convencerse de aquellos méritos que lo hagan merecedor del ascenso a las esferas de la nobleza.

¿Qué nos dice la sumisión de la princesa ante los designios de un rey y padre que ha sido capaz de ordenar la muerte de su amante?: Que se dejará secuestrar cuantas veces crea oportuno, a fin de conquistar la libertad, o terminará imponiendo al héroe de su infortunio la diadema “venadil” como premio por el inoportuno y fatal desenlace amoroso, porque tampoco he leído que la susodicha se quejara jamás de los tratos que le suministrara el dragón.

Al final de la historia, no es la princesa quien paga el “rescate”, si no el rey que, ante la imposibilidad de casarla en buena lid, termina por ofrecerla como premio a quien la restituya a su soberanía por el medio que fuere necesario. Lo que me lleva a pensar que la bestia no es el dragón sino el rey, por cuanto finiquita de manera tan dolorosa una relación de amor. Es el decreto “real” el que se impone, no el deseo de los amantes que, incluso, han abandonado la dulce comodidad de las sedas y satines, para refugiarse en las austeridades de la caverna arquetípica.

1 comentario:

Francisco Méndez S. dijo...

Hola:
La unica posibilidad es que la princesa se fugue con el dragón, y el rey castigue ese romance ilícito matando el dragón. Muy buena historia. Saludos