jueves, 20 de septiembre de 2012


EN EL PAÍS DE LOS RECUERDOS



Hubo, no hace mucho, un país que fue invadido por el olvido, en el que vivía un muchacho muy perezoso. Únicamente lo despertaba de su letargo, casi permanente, la silueta de la guitarra colgada de un clavo, cuando ésta le guiñaba sus clavijas relucientes.

Un día, después de componer una canción muy bonita, que cantó sentado en el vano de su ventana, se le acercó uno de los caballos de su padre y le dijo amorosamente:
-Son muy hermosas tus canciones. Si te comprometes a cantarlas de pueblo en pueblo y por los caminos, yo te llevo. Piénsalo.- Añadió dando media vuelta y yéndose a pastar con los suyos.

Pasaron dos meses, durante los cuales el joven rumiaba aquellas palabras al son de su guitarra, el corazón en llamas.

Nadie objetó su partida. Su padre quiso obsequiarle el mejor de sus caballos y él sólo aceptó la mejor entre las sillas, sin ornamentos ostentosos y se fue a su encuentro con el mundo.


Curiosamente envejecieron juntos, cada cual a su tiempo. Muchas veces volvieron a la querencia hasta cuando, tras el paso del tiempo las luces de la casa se fueron apagando. Fue cuando el caballo, dándole las gracias, le dijo nuevamente:
-Muchos han sido nuestros días de aventura; los pastos  y el sabor de las aguas que, gracias a tu canto, he conocido y bebido, mientras íbamos tú, como un sol sobre mis lomos y, yo, como un chiquillo que se bebe con los ojos el paisaje siempre nuevo. Ya pronto seremos ancianos y tus heredades te reclaman. Concédeme la dicha, para no perder la línea, de seguir andando en torno al trapiche de tu casa.

Y el hombre, que ya no era tan joven, raudo, se convirtió en caña.

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