lunes, 3 de diciembre de 2012


HOLA, QUÉ TAL, Quetzal???

Hola, ¿qué tal? Tú, que me has leído y escuchado cuando hablo, ¿crees acaso que cuando me expreso, estoy enojado? Pues eso que tú oyes no es enojo sino pena cuando expreso la angustia del campesino y del indio, cuando el indio y el campesino  interiorizan el mundo y ven la voracidad materialista restándoles territorio, mordiéndole los ijares al caballo con las espinas que le siembra el jinete a galope tendido, cuando atropella su caballo contra las choyas y las matas de caña brava, porque llegó tarde a la cita con su amada que se fue momentos antes a la cama y los perros, que ya se fueron con los indios, están que se comen al jinete y su caballo vivos. O, ¿cómo creen que nos sentimos cuando sentimos nostalgia por cómo nos quitaron el espejo de oro puro en el fondo del charco?, en aquellos días, nuestras mujeres se peinaban con peines de oro delante del espejo de oro en el fondo del charco, sólo por el gusto de que nuestros dedos entretejidos se deslizaran por su cabellera larga y lacia y negra, color carbón que debíamos encender a punta de besos antes de que ella nos diera permiso para lo que fuera…

Ahora nos vienen con el cuento de que el mundo se nos acaba mañana y que debemos arrepentirnos, como si fuésemos nosotr@s l@s que tienen que pedir perdón por el pecado cometido por Caín contra su hermano. Y por ahí podríamos irnos conversando de la mano y por la sombrita si es que así deseas. ¿Sabías que entre nosotr@s rige una forma de derecho que en el idioma español, derivado del latín antiguo, podría traducirse como Derecho Natural Indígena (y para más hondura, la opinión de un hermano guna: "tambièn puede incluir derecho colectivo, que es la base de nuestro pensamiento y quehacer") que es la que ensayamos cuando nos vamos a sus fiestas a invitarlos a que vayan con nosotr@s y se midan con nosotros y sus mujeres con las nuestras, en el trabajo y la fiesta, sabiendo nosotr@s que no podemos tocarles un pelo siquiera, aunque nos tiente el deseo de meterte una zancadilla en medio de la plaza un domingo por la tarde solo por decirte que quiero ser su amigo.

No. Yo no hablo en nombre de mis herman@s actualmente precolombinos. Yo hablo desde el hombre de la tierra, que huyó de la ciudad, a festejar con sus ancestros, cuando éstos le abrieron la puerta del regreso a Idilia y volvió anciano a conversar consigo mismo y a enseñarse desde apenas cuatro años. ¿Qué podría decirte? En nuestro mundo también hay seres que aprenden qué no debe hacerse ante una determinada condición climática, sino confiar, mientras festejas el punto de fricción entre los mundos y no te da por el terror pánico recordando las premonitorias imprecaciones del que, en la plaza del mercado, se desgañita anunciando el fin del mundo y él mismo no está aún preparado… porque si lo estuviera, no andaría sembrándole cemento a los espacios donde debe florecer la tierra, que regresa a su condición edénica de la mano del superhombre nitchiano y lorberiano, socialista y cristiano.

¿Quién dijo que los obreros se van a quedar sin trabajo???  ¿Quién dijo que se oxidarán las tijeras que cortaban, sin amellarse, las ramas de muérdago entre las ramas??? ¿Quién dijo que dejaremos de chatear con gentes del otro lado del planeta??? ¡Éste sí será un Primer Mundo!, aún cuando ello signifique iniciar nuevamente desde cero. Sí, ya sé que creo en utopías… Tomás Moro creía en ellas. Estoy seguro, casi convencido, de que Giordano Bruno también creía en ellas, y Carlo Magno y Gengis Khan y Pedro el grande, que hizo lo posible por transformar los chozeríos de Moscú y Petrogrado luego de expulsar, tras trescientos años de paz, a los tataranietos del Gran Khan desde los territorios en la frontera con Europa, hasta las orillas del amarillo mar amarillo, imperio en cuyo seno el Gran Amur nacía y, potente dragón de agua, rompe en dos la geografía política y cultural hasta donde desemboca, frente a las islas Sajalines, que actualmente se disputan diplomáticamente  Rusia y Japón.

Sí, lo confieso: yo soy utopista. Soy soñador y creo en la Humanidad, en el futuro de los hijos de esta Humanidad que avanza en cada Ser Humano que despierta de su letargo tipo duermevela. La Humanidad brota del alma, el corazón por fuente, del que, al leer con mucha atención cualquier libro sagrado, despierta y presta su frente, ante la noche, al ermitaño. Y es que hay que recordar los días cuando el abuelo o la abuela o la tía nos contaban cuentos, para dormirnos. En aquellos seres había Humanidad con humildad, no la que se pregona desde detrás de los podios, en nombre de Sofía. Sofía sabe. Sabe porque sabe a la miel que nosotros los poetas dimos al oído de sus amantes naturales, aquellos que cuando les gusta un poema se lo aprenden y jamás lo olvidan, aunque duela repetirlo. Y hasta nos da por re-inventarlos al ritmo que se nos antoje cuando decimos “…Si Adelita se fuera muy lejos, ¿yo la seguiría hasta el cielo...  ...paloma blanca paloma blanca, dónde, dón…de andarás…???

Cuando escribo y digo, lo hago con pena y con alegría, porque a pesar de las adversidades en el camino, todavía creo en el Ser Humano y su justicia, y su amor por el ajusticiado aún cuando la realidad me diga lo contrario.

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