martes, 9 de diciembre de 2014

MISTERIO N° XXXVI



En el año 36 de su nacimiento, un poeta, ancestro mío de séptima generación, tuvo una visión epifánica y, luego, advirtió a sus vecinos sobre lo que ocurrió hace ya diez años. Cavaron el basalto debajo de sus casas desde la cabecera del lecho matrimonial, creando una red de túneles que se comunicaban entre sí y dejando indicaciones de estricto cumplimiento, en torno a solo tener dos hijos o hijas y enseñarles por igual las razones del secreto y qué debía hacerse llegado el momento. 

Vistas las señales, hicimos cuanto había de hacerse y entramos al arca de piedra y tiempo, sellando puertas y ventanas. Hemos salido no sin esfuerzo. Tuvimos que usar las hachas contra las raíces del bosquecillo entre las ruinas. Aire limpio, transparencia de aroma y de inocencia en los ojos del cervatillo manso que, ya víctima de la curiosa ternura de nuestras niñas y niños, salta nervioso ante la tranquilidad interrumpida.

Nunca sabremos qué carajos ocurrió, ni queremos saberlo. Con suerte hemos salvado los libros y las herramientas necesarias, como nos indicara el Poeta.


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