Era un hombre que, capaz de explicar complejos problemas metafísicos y filosóficos, políticos y matemáticos, era tenido por sabio. Hasta un día en que, consultado por el rey, no supo qué hacer ante la página y el lápiz que éste le extendía para que formulara sus veredictos.
Ante la muda intensidad del abismo blanco, terminó por declararse ignorante.
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