martes, 12 de febrero de 2008

ENTIDADES MITOLÓGICAS Y SIMBOLOGÍA SAGRADA

Víctimas de la persecución y las hogueras, son el dragón y el fauno, la princesa y la ninfa. Que toda mujer es princesa o ninfa, se deduce cuando se comprende en el ser la reacción ante el llamado instintivo de la naturaleza que reclama desde el bosque y la caverna el ritual de la danza en torno al fuego. ¡Menudas metáforas las que convergen cuando el poeta invoca y canta estos elementos!

Extraña el individuo que no siente, vive y disfruta profundamente una velada en el bosque a la luz del fuego, el sonar de los tambores, la guitarra y las flautas. Terminará cediendo al impulso de la danza. Basta imaginar el momento para que al alma aflore la nostalgia de noches que subyacen en la memoria genética. Necesita el individuo apenas una primera experiencia de esta fascinación colectiva, más embriagadora quizá que algún licor para que se sienta imbuido en la esencia del momento mismo y termine convirtiéndose en irrevocable novicio de este culto ancestral y arquetípico rendido a la naturaleza.

¡Qué no ha hecho el cristianismo por apartar al individuo de estos caminos sin lograrlo definitivamente! Incluso, ha satanizado la simbología que identifica al individuo en su marco sicológico, social y cultural con estas manifestaciones de la espiritualidad individual y colectiva. A Pan, deidad pastoril de los bosques helénicos, ha convertido en el macho cabrío al que besan el trasero las brujas-ninfas durante los aquelarres. A la serpiente, símbolo en muchas tradiciones, de una sabiduría antiquísima, anterior incluso al período egipcio-babilónico-judaico que vinculaba con el aspecto femenino de la deidad, han convertido en el dragón, raptor de doncellas y princesas. ¿Acaso iban contra su voluntad y no a encontrarse en cónclaves donde se iniciaban en los misterios del culto a La Madre y cuyos rituales debían celebrarse en las cavernas que significaban el vientre materno terráqueo? porque en estos misterios toda abertura en pared pétrea de montaña representa la vagina de la Madre Tierra. Estos rituales sagrados religaban a la humanidad con su naturaleza terrestre, de ahí su carácter sagrado. Mientras que la danza en torno al fuego a mitad del bosque las noches de luna llena celebraban la vida en su entorno natural.

La naturaleza no requiere de sus prosélitos dádivas ni diezmos materiales, si no ofrendas vegetales (¿recuerdan la ofrenda de Caín?) que luego formaban parte del banquete que se repartían los participantes de la fiesta: panes, frutas y vino. Y es que la forma primordial de rendirle culto a la Madre Tierra es cultivando con las propias manos, lo que representa el embarazo de la tierra a manos del hombre y del que se nutrirá luego la familia. El movimiento y el sonido, la danza, el canto y la ejecución de los instrumentos musicales formaron parte de estos encuentros porque era el individuo el que manifestaba, inspirado en la naturaleza, su propio espíritu.

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