Desanima la incomprensión del mundo, cuando quienes compartimos la variedad de elementos de que el mundo se compone, no comprendemos la importancia que tienen las herramientas de construcción del mundo. El mundo existe en función de un porcentaje mínimo de armonía entre los factores interactuantes y cuando este porcentaje ya mínimo disminuye, obviamente el lo necesario para la convivencia disminuye a niveles peligrosos. Éste, digamos, es el origen de la violencia (la social), que resulta casi siempre de las políticas conductistas y docilizantes que, desde el Estado, manipulan las castas enquistadas en el poder.
En este estado de situaciones cualquier, si no toda búsqueda de la paz parece aparte de infructuosa, hasta quimérica. Puesto que quienes aún conservamos algo de fuerza para alzar la voz, sabemos la naturaleza del problema contra el que nos oponemos y comprendemos que callar es mancilla al alma del pueblo al que nos debemos. Evitamos por todos los medios alzar la pala, el palaústre, la cuchara, el machete, la herramienta, en fin, para defendernos de esa otra forma de violencia sistematizada con que el sistema nos obliga a oponernos con el propósito de reprimirnos luego, bajo la premisa de la IMPOCISIÓN del orden, a que está llamado en apego estricto a la naturaleza del Estado.
¿De qué sirve oponerse violentamente a la violencia? Asusta más al Estado, cuando la masa social baja los brazos en actitud indiferente a la fuerza que se le enfrenta en actitud represiva. Asusta más al sistema cuando el pueblo decide desvincularse de sus administradores y construirse un camino nuevo, bajo parámetros nuevos y diferentes a los obsoletos. Asusta más cuando el Estado se percata de que el pueblo ha tomado conciencia de la moneda con que el Estado paga al individuo su abnegación por la patria. Asusta más quedarse sólo en el palacio de gobierno, rodeado sólo de ministros y lacayos, mientras por las calles circulan indiferentes hombres y mujeres conscientes de que la necesidad humana es irregible por estructura política alguna, porque cuando un conjunto de individuos decide construirse puentes para el diálogo, los podios oficiales y salas de conferencias se quedan vacíos de auditores.
Sí, desanima comprender el mundo en que vivimos. Y sí, también anima saber que la paz y la convivencia armónica siempre ha sido posible al margen del Estado que, al alcanzar los actuales grados o niveles de obsolescencia, como la fruta podrida, termina de abandonar la rama y caer para reintegrarse como todo cuerpo muerto con la masa natural. Anima saber que desde los tiempos arquetípicos, la masa humana ha sabido sortear los momentos apocalípticamente cruciales en ese andar evolutivo hacia la construcción del hombre nuevo. Pueden sonar poéticas mis palabras, por algo será… el caso es que detrás del horizonte adivino al nuevo sol-hombre y a la sol-mujer alzandose progresivamente hacia la consolidación de una sociedad nueva, más justa, más consciente y amorosa.
Aún podemos salvarnos de la degradación moral, aprendiendo como masa, a decodificar el propósito funcional (y estatal) de la violencia y, como en una danza zen, esperar quietos, imperturbablemente estoicos trabajando por el bien común. Oponernos a la conversión de la razón del oprimido en docilidad boba o beligerante frente de violencia, generará sólo llanto y luto, pero el hambre acosa; el llanto del hijo o de la madre hambrienta empuja… No hay precio posible que supere el valor de la libertad consciente.
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