Mandingo, el cucarachito de la otra versión de la historia, fue un cuara lo que se encontró y se fue corriendo a la Plaza de Santa Ana, a consultar a los para entonces emblemáticos asíduos del histórico cafetín.
Unos le ofrecieron la posibilidad de, con esa magnífica fortuna, comprar una considerable porción del planeta, con la mar enfrente y detrás, hacia las montañas, obviamente montañas. Otro le sugirió que con aquella cantidad de dinero, bien podría comprarse un viaje exprés a la luna, naturalmente, sólo de ida. Y así, fueron muchos los que se devanaron los sesos, con su magnífica lucidez erudita, buscando la posibilidad adecuada de darle un uso correcto al cuara del cucarachito.
Cuentan algunos cronistas de la vieja guardia que, casi a media noche lo vieron buscando, estilo Alfret Jítchcoc, la mejor de las violetas, en el mercado.
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