El aldabonazo cae y resuena
y resuena
¿quién osa reprimir las preguntas
que resuenan en la puerta del que viaja?
uno quiere asírsele a los pies
como Eliseo
pero sólo atrapa un velo de humedad y tiempo
de espantosa soledad humana
y de tiempos como delgados filos
o como abismos
o llantos descolgándose
la palabra no quiere zapar del arco
el polvo torna al polvo quieto
a los pulmones que se abren
a la noche más en sombras
hoja de hierba eres
brizna mecida por la lluvia
húmero erguido entre las espigas altas
de las hierbas en el río
árbol florido puño en alto
tu aljaba te extraña
y tus botas de hule remendado
y los caminos bajo la selva
y las estrellas sonámbulas y la eternidad de agua
que fluye
mana
se decanta
desde tu orilla de aurora aldabonante
resuenan en el alma campanas
y uno quiere como un niño
¡y cómo quieren los niños!
alcanzarlas y golpearlas hasta el cansancio
anunciándote en la lluvia
pero entre las ramas avanza un fruto
y uno se queda solo
con los pasos lentos que remedan tus pasos
y el fuego en las entrañas
y ni Dios tan cerca
pero tú avanzas hacia tu noche
hacia tu casa
¡oh Dios, cuánta soledad al hombro!
¡cuánto espanto mordiendo dentro
el alma y la carne juntas
y la puerta cerrada
y tras la puerta cerrada las calles y los carros
y las casas con las puertas cerradas
y los montes a lo lejos
y los hijos también tan lejos
y la noche a la puerta reclamando la carne y los huesos
y el reloj marcando el ritmo
la quietud de las paredes blancas
acumulan tanto esta soledad a media luz
y tanto espato
que ya no quedan polillas en los cristales
si no sólo certidumbres sobre silvestres estrellas
-maracuyás en llamas-
golpeando a la noche con sus goteras quietas
Eugenio Santos Flores
quietud de tierra que traspasa los tiempos
como una lanza que se lanza por los campos
de maíz y de palabras
No hay comentarios:
Publicar un comentario