a Alejandro Schnider, amigo y maestro
que a la sazón es lo mismo.
que a la sazón es lo mismo.
Parte el poeta en su búsqueda por los abismos del concepto, de la esencia poética y se compromete a encontrarla y representarla tal cual es en su abstracción personal. Esta búsqueda se convierte en perpetua sucesión de metas alcanzadas a medias, pues en su afán de asir lo inasible con apenas palabras, suele evitar la clave que decodifique definitivamente el espíritu de la belleza ya que tal decodificación significaría, en adelante, la anulación de la búsqueda; el fin de su andar poético.
Reiteradamente insiste en simular que atrapa con tal que la belleza pura permanezca impoluta en su esplendor y apenas deja entrever en el poema, un dejo de misterio que sirva de referente. Es éste quizá el ideal de una estética personal imposible de lograr antes de que el buscante logre culminar su obra. Acepta, en esta vía, el compromiso personal de participar en la exploración de todos los afluentes tributarios posibles, por donde emane el concepto lucidando el mundo que se recrea en su abstracción del mundo el poeta. Cada afluente le significará una versión nueva de la génesis vital y comprenderá los sub-afluentes que participan de la construcción de su obra, en los aportes estéticos comprendidos por la lectura de quienes le antecedieron.
Ventanal o río, la poesía está presente en la metáfora oscuramente luminosa, refulgente por cuando vela el sentido directo de la imagen poética y propone una búsqueda del misterio subyacente. En su doncellez de bosque o de sabana, bulle la poesía mimetizándose siempre en una cómplice escurridiza que evade el encuentro definitivo con el poeta que la persigue, apartando de sí la imagen o la palabra que no la traduzca, o no la muestre en su desnudez magnífica. Es misión del recreador valerse de los recursos propios del oficio en su afán de complacer su búsqueda de la “belleza objetiva”.
Nada es nuevo ni antigüo en poesía, puesto que la esencia poética, por inasible, escapa a las trampas del tiempo y de la idea. Permanentemente muda sus ropajes, por lo que aunque antigua, la misma verdad se repite desde ángulos reiteradamente redescubiertos, lo que la rejuvenecese en esa eterna paradoja humana de la conceptualización y codificación de lo indecodificable.
No sin miedo se arriesga alegremente el poeta por estos abismos ideales, corriendo el riesgo de que en su a veces absurda navegación de aquellos planos abismales se le quede trabada la razón en alguna arista del mundo, cuando no cede un ápice en su anhelo de representar con la “palabra adecuada” el mundo o la imagen del mundo que para compartir ha creado o visionado. Y es que la combinación de palabras elaboradas por el poeta embarga la esencia de su visión de la poesía, al margen de si la imagen “lograda” sea hermosa para el lector. La poesía en este caso no sobrevive en la belleza de la imagen que halague los sentidos, si no en que conmueve, remueve y transforma la visión que del mundo tenía el lector y le produce la necesidad de identificarse y adoptar una actitud hacia sus semejantes, es decir, lo reclama para la convivencia con su entorno natural. Aparte de que le propone la posibilidad de encontrar qué nuevas fronteras hay para vencer en el camino del autodescubrimiento y la asimilación de la verdad que nos hace Ser.
Vayamos en la búsqueda de una estética que re-evolucione al Ser y, con él, a la sociedad; que vincule al poeta consigo mismo antes y luego al lector con el mundo personal y compartido. Toda búsqueda de una estética debe procurar la convivencia armónica como cauce cordial a través del cual fluyan las ideas que hacen del mundo una posibilidad ya no tan remota, como a veces parece y que de la mano del poeta se convierte en vital impulso que desemboque en ese torrente mayor que hace de la poética universal la meta significante de la gran obra humana.
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