lunes, 15 de junio de 2009

RIP


Cuentan las crónicas que, al ascender al solio, por la sacra voluntad de los electores, tuvo su primer arranque de lucidez iniciática: ordenó mediante edicto que, en la pared frente al trono se empotrara un espejo de dimensiones colosales y con el espe­cialísimo efecto de que a él lo enormeciera y que empequeñeciera a sus súbditos y lacayos. Cómo se las ingeniarían los técnicos, no era asunto suyo. La vaina era que él quería su espejo con efectos especiales y punto. De no cumplírsele el capricho, ya verían los políticos que le habían seguido el juego. Juraba decapitarlos uno a uno, que no en broma había hecho anotar sus nombres. Aparte de que con los aduladores uno nunca está seguro, y menos si del trono imperial se trata.

Nadie, en todo el imperio, durmió aquella noche, tras la temblorosa lectura del edicto por parte del portavoz oficial de la Corona. La masa, absorta, comprendió entonces, sólo entonces, hasta dónde había metido la pata. Pero ya era tarde. La ciudad había sido discretamente policializada. Autos de color oscuro circu­laban por la ciudad a baja velocidad y con las luces apagadas… nadie, nadie osaba salir de sus casas. ¿A qué? Igual daba morir en el lecho, enfermo, que en las mazmorras del Palacio, bajo sospecha de sedición.

Únicamente el Emperador se dio el lujo de abandonarse, pláci­damente, a los brazos de Morfeo, bajo el influjo de la suave melodía que ejecutaba para su exclusivo deleite la Orquesta Filarmónica Imperial.

En algún momento sintió, en la levedad del sueño, que se alzaba transparente, como la vaporosa exhalación de un recuerdo ya lejano, irreversible.

2 comentarios:

Carlota Bentham dijo...

hola Alexander, gracias por el lbro, ya lo lei y decidi buscartte por este medio. debo todavia pasear por tu blog... un saludo, LOTTY

Beba dijo...

Me dejas sin palabras varón, esto esta excelente!!!