domingo, 20 de noviembre de 2011

EN EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS QUE SE RECUERDAN siete hombres y mujeres soñaron la misma noche que escuchaban una voz imperiosa que les ordenaba despertar e ir al interior de un gran bosque al anochecer del día siguiente, internándose durante tres noches, en ayunas y sin iluminarse el camino. Cada quién despertó, guardó vigilia las horas que restaron para el amanecer y, luego, durmieron hasta la tarde. Cada quién, con una cobija a sus espaldas, inició su marcha al interior del bosque según lo indicado. Al término de la tercera noche coincidieron como guiados por el instinto, a la orilla de una apacible corriente, donde tendieron sus cobijas y durmieron. Al anochecer encendieron un fuego que alimentaban en silencio y alternadamente. Ninguno de los presentes emitió sonido alguno durante tres noches, sólo la voz decía y decía sin descanso, ilustrándoles. A la séptima noche no encendieron fuego alguno y cada quien dijo lo que dijo, al término de lo cual, cada miembro del consejo silencioso despertó en su propio lecho con la impresión de que habían soñado todo lo ocurrido, lo cual pasó inadvertido para sus familias y, aún cuando cada quien sabía lo que sabía, jamás brindó detalles. En adelante fueron personas amantes de la soledad y de asistir en sus dolencias físicas y espirituales a quienes lo requiriesen. Ésto me lo contó una abuela que no era mi abuela, a quien se lo contó un abuelo que no lo era suyo.

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