miércoles, 17 de octubre de 2012

EL FRAGOR DE LAS ENAGUAS


Por la ventana semi-abierta, un airecillo juguetón entra y la despierta justo antes de que el clarín llame a formación urgente. Bostezando, estira los brazos, con los puños cerrados. Se eriza cuando los cabellos, en cascada, le rozan los pezones de sus senos túrgidos. Definitivamente, se siente somnolienta, todavía. Cubre pudorosamente su desnudez recién casada y se decide. Abre la puerta y se lanza sobre la lanza que duerme en la habitación contigua –como ordena la tradición que observan, bajo la celosa vigilancia de la casa materna, de dormir en camas separadas hasta pasado un año de feliz convivencia-.

El soldado está de licencia durante un año. Es joven y condesciende ante la urgencia del clarín que entra por la ventana semi-abierta, anunciando el inicio de la danza del colibrí ante la flor de los tiempos que, a su tiempo, habrá de convertirlo en fruta.

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