domingo, 10 de febrero de 2013


MUERDEN LAS PARADOJAS LOS IJARES
de la yegua blanca
a la que sólo satisface el fragor del metal en la batalla
el hálito bermejo escurriendo por la hoja tras la refriega
el aroma de la carne chamuscada tras el paso de la horda

la yegua blanca a ratos cubre su presencia
con máscaras de nimbo
urde vigilante la ruta de su próxima
irrefrenable epifánica visita al abismo
donde estruendosas trompetas la reclaman

del extremo norte fluye frío su aliento fétido
se expande en todas direcciones
el rumor de sus cascos metálicos
ante cuya presencia se torna polvo el hueso
y el músculo amasijo maloliente

presurosa limpia los cristales de sus gafas
conque penetra el secreto de la piedra
de la edad del hombre que osa
rechazar el trago amargo de la catástrofe
del que él mismo es carne y vino

un segundo tarda en cruzar de un extremo a otro
los páramos flanqueada por el hambre y las llagas
convirtiendo al hombre en la sombra de su sombra

el fardo cae
el hombre se alza
y sobre la nube una silueta evoca
al jinete que anuncian las auroras.

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